miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL HIJO

EL HIJO

¿Me escuchas, Vova? ¿No he llegado tarde?
Hablemos en la brecha hoy con calma.
¿Por qué no nos escribes
ni al padre, ni a la madre, ni a la hermana?

No puedes levantar más la cabeza,
no puedes ya mover tus manos de hombre,
no puedes ya secarte más las lágrimas
ni pueden respirar más tus pulmones.

¿Por qué tus ojos guardan para siempre
ese rotundo azul tan suyo, Vova?
Con tus párpados tristes, calcinados,
¿no volverás a ver ninguna aurora?

Mira a través de las enredaderas
una casa radiante, en fresca sombra.
Mira los puentes sobre abruptas quiebras
que tender tú soñabas. ¡Vaya obras!

Dime, ¿vendrá a verte esta mañana
la que de inquietud llena tu vida,
la de los rizos áureos, la mejor,
la que a nombrar yo no me atrevería?

¿Oyes los cañonazos?
Son los nuestros, en rápida ofensiva.
Sonó la hora. Vova, levantémonos,
vamos a combatir con energía.

Y me responde mi hijo entrañable
- en llamas la cabeza, el cuerpo inerte –
desde la lejanía inabarcable
que atraviesa todos los frentes:

“Déjame en paz, mi padre adorado,
no me llames, querido, no me llames,
que volamos por ruta intransitada
a través de incendios y de sangre.

Los amigos caídos en combate
golpeamos a las nubes con las alas.
Y no podrá volver a este mundo
nuestra escuadrilla amiga y cohesionada.

No sé, padre, si nos encontraremos.
Sólo sé que la lid no ha terminado.
Granos de arena somos tú y yo en el universo,
y más no volveremos a juntarnos.”

EPÍLOGO

Adiós, solo mío. Vida mía, adiós.
Adiós, mi juventud, mi hijo adorado.
Pongamos fin a este relato flébil
sobre el más noble de los solitarios.

Con tus dieciocho años, en el relato quedas.
Solo. Fuera del aire y de la luz.
En el postrer suplicio inenarrable,
sin reposar en eterna quietud.

¡Ay, cómo nos separan los caminos
del tiempo y de los montes escabrosos
que entre tus matas guardan con cariño
tu cráneo roto, cubierto de polvo!

Adiós. De allá no vienen trenes.
Adiós. Y allá no va ningún avión.
Ningún milagro espero, pues los sueños,
mi Vova, sueños son.

Yo sueño que eres pequeño, dichoso,
y vas pisando con tus piececitos
esta tierra que a tantos ha inhumado…
Así termina el relato de mi hijo.

Pável Antokolski

Traducciones de José Santacreu

No hay comentarios: